A ver qué os parece. Es un boceto del trasfondo, no es la versión definitiva ni mucho menos, pero ya podemos partir de algo:
Esperanza. Nadie pensaría que fuera peligrosa, pues es la esperanza lo que permite a la gente llegar a más, mejorar su suerte y sobrevivir frente a las adversidades. Pero la esperanza es también el deseo de cambiar, la voluntad de recrear lo que ya existe. La esperanza socava el orden establecido, modifica lo que considera injusto, transforma las cosas al antojo de los sueños; es el capricho que conduce a la senda de la condenación. Por eso Tzeentch es el dios más peligroso de todos, pues cualquiera con buenos pensamientos puede acabar siendo su devoto servidor.
Tzeentch ofrece un gran poder a sus servidores, pues el más común de los mortales puede convertirse en un poderoso hechicero si recibe la bendición de El Que Cambia Las Cosas. Pero cada uno de sus dones conlleva un precio terrible, pues sus seguidores son retorcidos y grotescos, seres extraños alterados mediante mutaciones y corrupción. Pero, a pesar de los riesgos que entraña el adorar a Tzeentch, las recompensas y la promesa de poder son demasiado grandes para ser ignoradas. Los esbirros de Tzeentch son los más poderosos de todas las sectas caóticas, pues mientras que los seguidores de Slaanesh son individuos decadentes que solo buscan autocomplacencia y satisfacción, los esbirros de Nurgle propagan la muerte y la corrupción, y a los fieles de Khorne solo les mueve la violencia, las sectas de Tzeentch tienen una motivación bastante clara: reformar el Imperio y la civilización humana a su imagen y semejanza.
Y, precisamente, en estos oscuros tiempos si hay algo que la gente necesita es esperanza. La anarquía reina en el otrora poderoso imperio de Sigmar, ningún emperador se ciñe su corona, los bandidos campan a sus anchas, los hombres bestia y pielesverdes saquean sin oposición y los corruptos nobles y burgueses se llenan los bolsillos a costa del sufrido pueblo mientras son a la vez incapaces de arreglar nada. Entre semejante sumidero de vileza, las personas necesitan algo a lo que aferrarse. Algo que les haga salir de la desesperación y encarar el futuro con otra perspectiva. Necesitaban creer.
Y en este caldo de cultivo ideal para el Gran Conspirador empezó a propagarse el rumor de un nuevo culto. Al principio, eran solo susurros, sabidos por casi nadie. Un grupo de personas que ayudaban a la gente que acudía a ellos. Los enfermos se curaban, los pobres prosperaban, el desesperado encontraba consuelo. Ofrecían esperanza, esperanza en un futuro mejor, en conseguir salir de la penosa situación que vivían. Y empezaron a hablar del fundador del grupo, conocido como el Padre de los Deseos.
Nadie sabe de donde salió el Padre de los Deseos. Nunca nadie le ha visto la cara, pues siempre va cubierto con una blanca túnica y una máscara dorada le cubre el rostro. Algunos dicen que su acento parece árabe; otros, no lo saben ubicar; hay quien incluso dice que cada vez que habla hay una sutil diferencia, por lo que su voz cambiaría con el tiempo. Gracias a su magia, o a exóticas lámparas traídas de la lejana Arabia, o incluso de extraños dispositivos de las junglas de los templos en ruinas de Lustria y las Tierras del Sur, el Padre de los Deseos y sus acólitos empezaron a obrar milagros.
Pronto, más personas se interesaron. Pero cada uno solo podía llevar a una sola persona a un acto. Según crecieron en número, empezó a aparecer gente de mayor clase social. El Padre de los Deseos tenía buenas palabras para todos, y hablaba siempre de un gran benefactor que cuidaba de todos ellos. Lenta pero inexorablemente, los miembros de estos pequeños cónclaves empezaron a ganar influencia y poder. Sutilmente, sus motivaciones y creencias habían sido poco a poco dirigidas por el Padre de los Deseos. Al final, llegaron a tener influencia real en la vida de la ciudad.
Solo fue cuestión de tiempo que el Padre mandara a su camarilla de acólitos a esparcirse por otras ciudades del Imperio, para poder obrar milagros y que a todas partes llegase el bendito toque del Gran Benefactor. Y así fue como el Cónclave de las Maravillas, la más poderosa secta de Tzeentch, se extendió por un tumor por todo el Imperio.
El Cónclave tiene una estructura de mando muy rígida. Solo los más inteligentes y válidos ascienden de iniciados. Los que quedan abajo acaban tan bendecidos por Tzeentch que dejan de poder salir a la calle normalmente, y se convierten en los servidores de los altos cargos del Cónclave. Sus múltiples mutaciones y grotesco aspecto de pájaro les hace imposible vivir en sociedad.
Hay muchos ritos que se realizan, desde el uso de artefactos mágicos como invocaciones de demonios, rituales para hablar con poderosos señores demoníacos y pedirles su bendición, o llamadas para que los hombres bestia tocados por Tzeentch se vean atraídos por una llamada imposible de resistir. Una de las más exóticas artilugios que tiene el culto son las Efigies de la Luz. Estas efigies con aspecto draconiano o de cuervo son portadas con gran reverencia por musculosos y encapuchados miembros del culto, y a través de ellas el Gran Benefactor concede milagros, habla con sus fieles e invoca fuegos multicolores. También son habituales los rituales con cabras, serpientes y gatos, en los que se invocan a poderosos entes malignos; y la creación de familiares mágicos.
La casta gobernante del culto son hechiceros de gran poder. Muchos de ellos proceden de la nobleza, o eran brujos perseguidos por los Cazadores de Brujas. Ahora, llevan adornadas y barrocas armaduras bajo sus túnicas, y manejan un poder sin igual. Ellos animan a los demás miembros a entregarse por completo al Padre de los Deseos, y a mantener siempre viva la esperanza de un gran futuro, un futuro en el que el Padre de los Deseos se convierta en el Emperador y traiga una nueva era de paz y prosperidad a las gentes del Imperio.
Como es de esperar, los Cazadores de Brujas buscan sin descanso el más mínimo rastro del Cónclave de las Maravillas. Suponen una amenaza terrible para el Imperio, y deben de ser destruidos hasta el último miembro. Sus células son casi imposibles de encontrar, y nunca se sabe si el culto ha resultado destruido o si tan solo era una mínima parte de su tamaño real. Las defensas de estos lugares secretos son formidables, pues el Cónclave despliega toda su hechicería para defenderse. Demonios, Tzaangors, bestias hechiceras, humanos sobre los que se han hecho aberrantes rituales y flotan lanzando rayos poseídos por demonios…
Con la caída del cometa sobre Mordheim, el Cónclave se ha movilizado como nunca antes se había visto. El Padre de los Deseos tiene un gran interés en los fragmentos de piedra bruja que inundan la ciudad, y ha prometido grandes dones para aquellos que le traigan grandes cantidades. Los miembros del Cónclave de todas partes del Imperio se han desplazado a la Ciudad de los Perdidos, en donde pueden llevar a cabo sus rituales mágicos sin peligro y seguir practicando su blasfemo culto. Usando mutantes, magia, las poderosas Efigies por la que su señor les habla y da poder y con la gran astucia que les caracteria, pronto este retorcido plan de Tzeentch verá sus resultados.