Relatos para incluir al reglamento

Started by Shandalar, September 11, 2015, 12:49:20 PM

Previous topic - Next topic

Shandalar

Relatos de las Town Cryer y demás que pueden ser muy interesantes de traducir:

Antes del Cometa
De los viajes de Johann Munz


... lo primero que vi fue la antigua e imponente ciudad amurallada de Mordheim, con sus setenta y siete torres visibles a muchas millas de distancia.

Durante un milenio, la ciudad de Mordheim se ha alzado sobre las orillas del río Stir. Mis libros me cuentan que fue fundada por los Caballeros de la Orden del Cuervo, que conquistaron el área a los Goblins y asentaron los claros de Ostermark. Allí, en la orilla del río, los caballeros construyeron su fortaleza y la llamaron Mordheim, en memoria del sacrificio del Conde Gotthard Angelos, que dio su vida luchando contra los Goblins que infestaban los bosques de alrededor.

Desde esos tiempos Mordheim ha sido la capital de Ostermark y ha sido gobernada por la familia Von Steinhard. Los pastos y campos de los campesinos y del propio Conde rodean a la ciudad, junto a muchos pequeños pueblos. Alrededor de los campos, en todas las direcciones, se extiende el bosque aparentemente sin fin. Solamente el poderoso río Stir ha conseguido romper la impenetrable muralla de árboles y lenta y pesadamente fluye hacia el corazón del Imperio. Las barcazas de los burgomaestres se mueven por el río, transportando mercancías y personas a lo largo de él.

Todo tipo de viajeros llegan a Mordheim: Enanos de las montañas, tramperos kislevitas vendiendo sus preciadas pieles, herreros de Bechafen, cazadores de Ostland y leñadores de los bosques de alrededor, todos ellos van a comerciar y descansar. Caravanas del lejano este cruzan el Paso de los Picos custodiado por Karaz-Kadrin; estos viajeros de las tierras de Catai traen exóticas mercancías del Este como especias y seda, y siempre consiguen llamar la atención.

Desde los muelles de Mordheim se carga mucha mercancía en las enormes barcazas y se envía a Nuln, Altdorf y más allá: madera de los bosques, gemas y minerales de las minas de las montañas, joyas, armas y armaduras forjadas por los Enanos de Karak-Kadrin... todo eso y mucho más hacen a Mordheim una ciudad rica.

Pero Mordheim es mucho más que un centro de comercio en el Imperio oriental, es por sí misma una ciudad fuertemente imbuida en la tradición y la manufactura, con templos de Sigmar, Ulric, Morr y muchos otros dioses, pero siendo el Templo de la Roca de Sigmar, hogar de las Hermanas de la Piedad de Sigmar, el más famoso e importante de todos. Se eleva imponente en un enorme acantilado en medio del río Stir, y se dice que su brillante cúpula dorada es una de las maravillas del mundo.

Alzándose sobre el resto de la ciudad se pueden ver monumentos y centros de comercio y conocimiento: la Gran Biblioteca de Mordheim atrae a las mejores mentes del Imperio para estudiar bajo la tutela de los sabios sacerdotes de Sigmar; el Gran Hospital a su vez es admirado a lo largo y ancho del Imperio como una maravilla en la vanguardia de la medicina.

El barrio de los Mercaderes, conocido como el Distrito del Caballo Volador, es un lugar que vibra con los tratos y negocios de los mercaderes de todo el Imperio codo con codo con herreros Enanos y mercaderes de Arabia.

En resumen, pocas ciudades en el Imperio son comparables a Mordheim, Guardiana de las Provincias Orientales, la Joya de Ostermark.


Shandalar

El bajito, regordete y pequeño mago se pasó sus rechonchos dedos por su grasiento cabello. Se río para sus adentros mientras recordaba la expresión en la cara del Flagelante que había convertido en una antorcha humana con unos Fuegos de U`Zhul. El muy estúpido debía haber pensado en sí mismo condenado a las llamas por sus pecados, je je je. Justicia poética.

Los tres veces malditos Cazadores de Brujas le habían emboscado en la Calle de los Tres Cobres y habían estado tras sus pasos desde entonces. Podía oír los ladridos de sus malditos mastines dos calles más atrás, por lo que sabía que estaba seguro por el momento. Mientras se internaba en la calle, el último pensamiento que pasó por su cabeza fue "¡No hay manera de que me cojan!" cuando el virote de una ballesta le empaló en una valla de madera.

Los cuatro Cazadores de Brujas encapuchados descendieron de los tejados para terminar con su tarea. El hombrecillo estuvo un largo rato agonizando y solo dejó de llorar casi al final. Su podrido cuerpo ahora cuelga atado a un poste en la Calle Wainwright, como macabro recordatorio para los que subestiman el alcance de la mano derecha de Sigmar.

Shandalar

#2
Los siguientes 4 relatos están relacionados entre ellos; los separo por huecos




Había sido una tarde calurosa y gruesas gotas de sudor caían por la espalda de Reinhold, empapando la camiseta que llevaba bajo su justillo de cuero. "¿Por qué no puede tener este maldito lugar un clima normal? ¡Estamos en mitad del invierno, por Sigmar!"

Sus compañeros le ignoraron, demasiado sumergidos en sus propias desgracias como para hacerle caso a las de él. La mejor manera de combatir el calor era concentrándose en la tarea que tenían entre manos: recolectar la preciada piedra bruja, y pensar en que podrían comprar con el oro que obtendrían si encontraban una veta.

Una sombra recorrió rápidamente la calle y los miembros de la banda miraron al cielo para determinar la naturaleza de su aparente salvación. Oscuros nubarrones cubrían ahora el cielo. En vez de estallar de alegría, los miembros de la banda se aterrorizaron. Las nubes tenían un color verde pútrido y parecían estar llenas de un fluido infecto.

"¿Y ahora qué?" preguntó Reinhold, dando palabras a la pregunta que tenían todos en la mente.

Con un sonido como el de los aullidos de los condenados, las nubes se abrieron y una lluvia amarilla empezó a caer. En cuanto tocaba la carne, el líquido siseaba y ardía. Como un solo hombre, los miembros de la banda corrieron a refugiarse bajo el tejado de un edificio cercano. A pocos pasos de la salvación el miembro más nuevo, Mannfred, cayó sobre sus rodillas y empezó a gritar mientras se frotaba desesperadamente la piel. Desde el edificio el resto de la banda vio como Mannfred quedaba desollado, caía contra la suciedad de la calle y se acababan sus gritos.

Klaus, el más grande de toda la banda, giró su cabeza hacia Reinhold, con una mirada de dolor en su rostro marcado por las cicatrices. "Tenías que preguntar, ¿No?"







Las astillas volaron junto a su cara de nuevo cuando otro virote de ballesta se clavó en la gruesa madera del marco de la puerta que Reinhold usaba como cobertura, ¡Esos malditos tapones eran buenos tiradores! Echó un rápido vistazo hacia fuera y pudo ver como Dieter y el gran Klaus estaban tendidos boca abajo en mitad de la calle. Habría podido parecer que estaban dormidos si su postura no hubiera sido tan extraña, y si de la cuenca derecha de Klaus no saliera un virote, claro. Si el hombretón estaba vivo todavía, no podría volver a usar ese ojo.

La peor parte de la situación actual es que era el resultado de una estupidez. Reinhold y sus compañeros habían conocido a los Enanos en la Olla Halfling, una taberna local y un bien conocido lugar de encuentro para los de la profesión de Reinhold. Los dos grupos se llevaron bien al principio. Klaus había sido capaz de mantener el tipo ante la increíble capacidad de beber de los Enanos, y eso causó que le tuvieran un cierto respeto. Por supuesto, las grandes cantidades de alcohol van acompañadas de una pérdida del buen juicio, y Klaus no fue una excepción. Empezó a mofarse de la pequeña estatura de los Enanos y de su austera apariencia en general, lo que ya era bastante malo de por sí, pero entonces hizo un apunte poco amigable acerca de la madre del líder de los Enanos, que fue lo máximo que los pequeños guerreros pudieron aguantar. Los Enanos no montaron una escena en la taberna, puesto que se consideran tierra sagrada para grupos como ellos, pero no podían olvidar las palabras de Klaus, y habían retado a la banda de Reinhold en la calle al día siguiente.

Y ahora allí estaban, con la banda de Reinhold ocupando los edificios (¡O la basura!) de un lado de la calle, y los Enanos ocupando los del otro. La mayor parte de la banda de Reinhold estaban refugiados en el mismo edificio - podía ver a Gunter, el Brujo contratado, intentando lanzar algo a sus adversarios a través de una ventana. Un segundo después hubo una explosión en algún lugar al fondo de la calle y Reinhold pudo escuchar maldiciones y algunos apagados bufidos de dolor. Gunter no tuvo mucho tiempo de disfrutar de su trabajo, pues de repente tres virotes de ballesta se clavaron en su pecho. Reinhold pudo ver al mago mirando abajo en estado de shock y sorprenderse de ver los virotes sobresaliendo de su cuerpo, y entonces cayó pesadamente fuera del alcance de la vista del viejo veterano. "Maldición" -pensó Reinhold- "¡Siempre le dije que arriesgaba demasiado!"

"Esto es malo, muy malo" murmuró el mercenario. Mientras miraba a su alrededor, se dio cuenta de algo de lo que no se había percatado cuando entró en el edificio - otra puerta. Echó un vistazo a lo largo de la calle a los guerreros con los que había luchado en una docena de batallas. La mayoría estaban muertos o moribundos. Los Enanos habían empezado a moverse por la calle, saqueando los cuerpos y tomando prisioneros. Se estaban moviendo con cautela ahora, pero pronto estarían pasando por la puerta del edificio, y lo mejor que podía pasarle era ser tomado prisionero. "Es hora de deshacer esta banda" susurró Reinhold, y se dio la vuelta hacia la otra salida y la seguridad.








Reinhold miró hacia abajo por la calle llena de escombros esparcidos. Parecía despejada, pero en esta maldita ciudad las cosas no solían ser lo que parecen. Dejó que pasara un minuto, y después otro. Hacía frío, y podía ver su aliento y el de sus compañeros condensarse en el aire mientras esperaban la palabra que les mandaría a buscar en la zona de la ciudad la preciada piedra bruja. Reinhold meditó sobre los caprichos del destino que le habían hecho llegar hasta allí, con esa compañía. Estaba Klaus, un enorme hombre que parecía un toro. Los lanceros Hans, Brertram, Leopold y el viejo Otterman estaban alrededor de Klaus. Tras él estaban los novatos, Anna y Karl. Reinhold se sorprendería bastante si estos dos duraban más que cualquiera de sus predecesores, pues la falta de experiencia normalmente significaba la muerte en la Ciudad de los Condenados. Dorfmann y Dagober, los dos ballesteros, se agazapaban tras una pila de pedruscos en el medio de la calle, con sus ojos registrando constantemente los edificios en ruinas en busca de algún blanco. La Serpiente, su nueva Bruja contratada, estaba sentada encorvada hacia un lado. A ninguno de ellos les gustaba la vieja hechicera: estaba indudablemente loca, y olía como si algo se hubiera arrastrado hasta el interior de su ropa y se hubiera muerto dentro, pero respetaban su poder.

Reinhold siguió sin ver nada, por lo que hizo un ademán con su mano hacia delante. Los guerreros siguieron el camino cautelosamente mientras bajaban la calle, buscando en el suelo fragmentos de piedra bruja a la vez que avanzaban, pero estando atentos a sus alrededores a la vez. Un súbito movimiento al final de la calle llamó su atención. Tres hombres rata giraron la esquina a tiro de piedra. Los Skavens parecían estar tan sorprendidos de ver a los humanos como los mercenarios estaban de verlos a ellos, y los tres se pararon de repente en mitad de la calle. Tras ellos, sus camaradas no se habían percatado de la presencia de los humanos y chocaron con las ratas que iban a la cabeza, causando un pequeño revuelo y algunos agudos chillidos de rabia y sorpresa.

"Parece que al final vamos a tener una pelea hoy después de todo" susurró Reinhold a sus hombres. Los guerreros pusieron a punto sus armas y se prepararon para el combate.

Pasó un solo suspiro y el estruendo de un arma cayendo hizo a Reinhold girarse. La daga de Karl cayó al suelo y Reinhold estuvo a punto de abroncarle por su descuido cuando se dio cuenta de que el joven guerrero tenía la boca abierta por algo que estaba en la retaguardia de la banda. El mercenario miró a ver que era lo que había conmocionado al muchacho, y entonces los vio, dos de esos malditos y monstruosos Poseídos y un Ogro avanzando por la calle hacia ellos, seguidos por un Magister y unos cuantos menos reconocibles miembros del blasfemo Culto de los Poseídos.

Era inusual, aunque no desconocido, que los Skavens hicieran alianzas con miembros de uno de los negros aquelarres que operaban secretamente en las ciudades del Imperio. Todos ellos eran adoradores de los dioses del Caos al fin y al cabo. Sin embargo, un vistazo sobre su hombro a los peludos habitantes del subsuelo le convenció de que éste no era el caso, pues los Skavens estaban también sorprendidos de ver a los cultistas. Los primeros trazos de un plan empezaron a formarse en la mente de Reinhold. Después de todo, podía volver esta situación inesperada en una ventaja.








Reinhold anduvo entre los edificios, buscando más de la preciosa piedra bruja. El Capitán Reiklandés estaba solo, ya que había desplegado a su banda a lo largo de toda la zona. Se había topado con una inusualmente grande concentración de fragmentos de la piedra mágica, y esperaba encontrar y recoger toda la cantidad posible antes de que sus rivales se enterasen del hallazgo.

Un movimiento al final de la calle lo sacó de su nube. Tres pequeñas figuras envueltas en túnicas negras estaban obligando a andar hacia delante a lo que parecían unas enormes bolas naranjas con piernas. "Goblins" se dijo el mercenario para sus adentros "Maldición". Pero no eran las pequeñas figuras de negro lo que le preocupaban, sino las criaturas que les acompañaban. Según se iban acercando, Reinhold pudo ver las enormes bocas que ocupaban la mayor parte del cuerpo de las bizarras criaturas. Garrapatos Cavernícolas, todo dientes y mal genio, y tres de ellos eran demasiado para un humano, no importaba lo habilidoso que fuera. Mientras intentaba esconderse en el portal más cercano para evitar ser descubierto, uno de los Goblins le miró directamente a los ojos. La cara de la pequeña criatura se retorció en una mueca maliciosa, y azuzó a su Garrapato para que avanzara más rápido. Los demás Goblins siguieron su ejemplo, y pronto todas las criaturas estaban corriendo por la tortuosa calle directamente hacia la posición de Reinhold, los Garrapatos impulsándose con sus poderosas piernas, y los Goblins dando tumbos intentando seguirles.

Una sombría determinación se instaló en sus facciones mientras Reinhold se disponía a vender cara su vida. El familiar peso de la rodela en su brazo y el de la espada de su familia en la mano tranquilizó al curtido veterano un poco, y balanceó su espada con unos tajos de práctica anticipándose al inminente conflicto. Los Goblins estaban más cerca ahora, a un poco más de un edificio. "Ha sido una buena vida", pensó orgullosamente el viejo guerrero.

De repente, uno de los Goblins tropezó con unos cascotes en la calle, zarandeando a uno de sus compañeros. La segunda criatura chilló con desaprobación por ese maltrato y empuñó su lanza contra su compañero, fallando por poco. Ambos Goblins estaban parados y encarados el uno frente al otro, con sus lanzas listas, farfullando entre sí en su maligna lengua. El tercero continuó con su carrera unos pocos pasos, pero al percatarse de que sus camaradas no le seguían, se paró también y se dirigió hacia ellos para saber que había provocado todo ese jaleo. El ruido detuvo también a los Garrapatos, y mientras se daban la vuelta, los dentudos monstruos empezaron a gimotear de excitación. En un momento las seis criaturas estaban envueltas en un torbellino de violencia. Mientras, Reinhold veía como uno de los Goblins clavaba su lanza en el brazo de uno de sus compañeros, y acto seguido un Garrapato le daba un brutal mordisco en la pierna.

La experiencia le decía a Reinhold que mientras que esas peleas explotaban con bastante frecuencia entre los pielesverdes, raramente eran fatales o duraban mucho. Decidiendo tomar ventaja de su buena suerte mientras durara, el mercenario se metió en el portal hacia el que se había encaminado antes. "Alaba a Sigmar por los malos genios" espiró el guerrero mientras echaba a correr hacia un lugar seguro.